Una noche en el OVNI
(Ocurrido el 25 de septiembre de 2012)
El viento era
fuerte, era frío. Al bajar para Sol para hacer tiempo, aún quedaban revoltosos.
Se oía una marabunta de golpes a lo lejos. Había una atmósfera cargada, con
luces azules y policía en cada esquina. Un helicóptero sobrevolaba el cielo de
Madrid, pasando una y otra vez, examinando el desarrollo de los
acontecimientos. Un estado policial es posible. Sin ser manifestante ni
agitador activo, tanto señor vestido de azul me asusta. Es mi miedo congénito a
los uniformes. Siempre me ha parecido que si se homogenizan las vestimentas, se
igualan los cerebros y se enrasan las ideas.
Al subir por Montera, la cosa se iba diluyendo.
Tipos de diversas nacionalidades comprando oro y gente soportando los
céfiros gélidos en las terrazas sorbiendo batidos de yogur helado, de esos tan
en boga. Me desvío hacia la Plaza del Carmen. Está tan tranquila como siempre,
desde que la conocí hace unos años. Sigo para la Calle de la Salud.
Habíamos quedado en el OVNI, a sugerencia mía. Conocí el OVNI por casualidad: estaba cerca de donde me quedaba a dormir la primera vez que fui una temporada a la capital. Como tantos bares que se diseminan por el centro, es como entrar en el eterno español, sorteando tapas en platos cuadrados y comidas exóticas servidas por camareros estirados y postmetrosexuales. Allí se oye la plancha, hay viejos, y al mediodía señores con traje se combinan con señores en mono de trabajo, para comerse el menú del día. Cuando no suena la tele a volumen brutal, taladra sin piedad el tímpano un combinado de hits chundachunda pasados, como salidos del Caribe Mix 99 o del mismísimo infierno. Ese ratonero ruido de fondo se une a los exabruptos de algunos parroquianos, que no hablan precisamente en susurros.
Esperaba fuera, como suelo hacer, y me dio por asomarme. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme dentro a gente de mi pueblo. La Loles y el Jose, los hermanos Chinche, hermanos de mi padre adoptivo Manolín. Bueno, tampoco fue tan extraño. Sé muy bien que la Loles frecuenta este bar, del que ya habíamos hablado antes, pero la sensación de lo conocido entre tanto ambiente extraño –que no hostil- es como un shock del que uno se recupera pronto.
Se tuvieron que ir, y me quedé de nuevo solo, con mis pensamientos enrarecidos y el frío otoñal que tanto disfruto.
Habíamos quedado en el OVNI, a sugerencia mía. Conocí el OVNI por casualidad: estaba cerca de donde me quedaba a dormir la primera vez que fui una temporada a la capital. Como tantos bares que se diseminan por el centro, es como entrar en el eterno español, sorteando tapas en platos cuadrados y comidas exóticas servidas por camareros estirados y postmetrosexuales. Allí se oye la plancha, hay viejos, y al mediodía señores con traje se combinan con señores en mono de trabajo, para comerse el menú del día. Cuando no suena la tele a volumen brutal, taladra sin piedad el tímpano un combinado de hits chundachunda pasados, como salidos del Caribe Mix 99 o del mismísimo infierno. Ese ratonero ruido de fondo se une a los exabruptos de algunos parroquianos, que no hablan precisamente en susurros.
Esperaba fuera, como suelo hacer, y me dio por asomarme. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme dentro a gente de mi pueblo. La Loles y el Jose, los hermanos Chinche, hermanos de mi padre adoptivo Manolín. Bueno, tampoco fue tan extraño. Sé muy bien que la Loles frecuenta este bar, del que ya habíamos hablado antes, pero la sensación de lo conocido entre tanto ambiente extraño –que no hostil- es como un shock del que uno se recupera pronto.
Se tuvieron que ir, y me quedé de nuevo solo, con mis pensamientos enrarecidos y el frío otoñal que tanto disfruto.
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Castreños por el mundo |
Desde los lejanos tiempos en los que internet era un poco diferente se me
venían a la memoria el fondo azulón de mi Fotolog y las cosas que allí pasaban.
Por azar y por afinidad nos congregamos una serie de seres en naufragio
permanente, pero que por hache o por be, vaya usted a saber, lo que más
hacíamos era reír. Bueno, reír en el Fotolog, llorar en nuestra habitación. A
Angélica la conocí en persona hace ya tiempo, en mi primera excursión a Madrid
(de sólo un día). De pelo rojo e ideas originales, Lolamento (su nick
fotologger y bloguero) tiene una conversación continua y multireferencial.
Hablamos de Eurovegas y del sueño que supone para la libertad de costumbre –que
no salariales- tomar un vaso de whisky, fumando un cigarrillo bajo techo y
jugando al bingo. Y en el mejor de los mundos posibles, como diría Pangross,
con Bertín Osborne o Francisco ocupando el sitio de los impersonators de Elvis
en Las Vegas de la mismísima Nevada. Y también de la muerte de la creatividad a
causa de la mediocridad de los mandos en todo tipo de empresas supuestamente
ingeniosas. ¡Valientes dos salvando el mundo! Esperábamos a una dama que jamás
había visto aparte de en cientos de fotos. La Sugus es una chica encantadora,
de las que realmente caen muy bien. Creo que de todos mis amigos por internet
es la que le cae mejor a mi hermana –que ni tiene Fotolog ni nada-. Trabaja en
la Librería La Central de Barcelona, y estaba montando la de Madrid. Por eso, y
dada la coincidencia de nuestra estancia simultánea en la capital del Reino,
era inevitable quedar ante trozos de tortilla, chistorra, ensaladilla y
mejillones, que fueron las tapas que nos pusieron, los platos que volaron de la
barra a la mesa. Como suele ocurrir en estos encuentros, las personas con las
que quedas –y que a alguna gente que se supone que todavía creen en el género
humano le parece tan raro- te dan la sensación de que las conoces de toda la
vida. La cosa fue corta. Entre que el último tren se me iba y que a la Sugus le
chapaban el hostal, todo fue una entrada por salida. Pero bien. Ya habrá más
tiempo en otra ocasión. En realidad, la charla, las tapas, el OVNI, son excusas.
Excusas para pasar de lo virtual a lo real, de hacer tangible el cariño
cibernético en calor humano. Es increíble como si no mientes como un cosaco, si
no te pones máscaras extrañas y estúpidas, la gente es como es y siempre ha
sido. Como Angélica y Sugusita. Gratas, amables, coherentes y reales como la
misma vida.
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Abducidos por una luz |
En el tren oí conversaciones tan absurdas que creo que dará para otro post.
Próximamente más.