domingo, noviembre 25, 2012

Dos cafés en un día



Café Gijón



Fue un jueves por la tarde, sí. Había quedado con Ángel una semana antes, porque claro, yo me iba a Vitoria, y no podía ser antes. La tarde era ideal para ir de acá para allá. No hacía frío, tan sólo un poco de fresco, el suficiente para no ir a los sitios sudando como un pollo debajo de las capas de tela que los humanos nos ponemos para no enseñar nuestras partes y no quedarnos pajarito. Habíamos quedado en la Euskal Etxea, que está por el Congreso, el sitio ese que quieren rodear, pero no entrar a cuchillo los inocentes revoltosos. Pero bueno, dejaremos la política para el siglo que viene. Nos encontramos antes. Yo, mirando mi mapa impreso del Google Maps, en realidad parecía ese pueblerino de boina que adorna el título de este blog. Ángel me llamó, y en medio de un paso de cebra nos dimos la mano. Caminamos hacía la casa vasca. Me dijo que era más grande de como aparecía en el Facebook. Todo el mundo me dice eso, por no decirme que parezco más gordo de lo que aparezco en la dichosa red social. Pero bueno, sí, soy bastante grande. Ya me han comparado con Hagrid el de las pelis de Harry Potter, desde mis alumnos del CAP, hasta mis compañeros de máster. La Euskal Etxea es un edificio noble, pero noble, noble. Nada que ver con esas herrikos de lo viejo de Donosti, más parecido a una sede del PNV de Neguri. Entramos y el Txoko estaba cerrado. Era temprano, claro, pero parace ser que en Madrid los txikiteros de pro no juntan la mañana con la tarde. Ángel me propone ir al mítico Café Gijón. Acepto encantado, total, una cosa más que añadir a mi lista de sitios míticos. Conocí a Ángel, como a casi todos por aquí, en internet. Desde el principio detecté en él la melomanía en grado sumo y la inquietud.
¿Dónde fueron a parar todos estos señores antiguos?
 Me mandó unos libros de memorias que había escrito, y que por aquello que llaman empatía y comparación, me lo hizo más cercano. No es que hayamos vivido las mismas cosas, pero hemos conocido los mismos abismos. Charlando de nuestras cosas nos dirigimos al Café Gijón. Me gusta el sitio, no he de negarlo, con su decadente apariencia y sus uniformados camareros. Lo que no me gusta es la gente. Grupos de pijos engominados, señoras comiendo tostadas de pan Bimbo. Señores con pinta de inversores de bolsa, con sus caros trajes. ¿Dónde quedó la bohemia, la cultura, las tertulias? La gente, con sus perversos smartphones hablan con uno y con otros, teclean. Un camarero joven viene a pedir la nota, pero como parece ser que todo es jerárquico, un señor con traje, gordo, terriblemente feo, nos trae la tónica y la cocacola. Hablamos de música, de la cultura en general, de lo muerto que está todo, de la vieja Europa (vieja y podrida prostituta, que decía Evaristo). Conversamos sobre el proceso de escribir, y con un rayo de esperanza, Ángel dice que todo puede ser posible. Bueno, no sé yo, contesto. La enfermedad mental une a la gente. 

Ángel y servidor: músicos y residentes en la Comunidad de Madrid
Haber pasado calvarios terribles ayuda a comprender al otro. Me dice que me va a llevar a ver un amigo a Vallecas, donde vive rodeado de discos, cds y discos duros. Me encantará esa visita, y espero poder contarla por aquí. Pasa el tiempo y sabe que he quedado a las 9 para el siguiente evento. Yo pensaba coger un metro y tal, pero Ángel me dice que me acompaña dando un paseo hasta donde he quedado, que no sabe muy bien por donde está, pero que llegaremos. Paga la cuenta. 8 euros por dos refrescos. ¿Podremos dejarlo apuntado o pagar con un poema? La expresión del gordo seboso con cara de puerco me indica que no. La cultura ya es industria y los tiempos de la boheme y de las ideas se fue por donde vino, por el sumidero del tiempo. Callejeamos basándonos en la dirección (rumbo aproximado en el punto cardinal) a la que ir, a lo que Ángel pensaba y en unos mapas chapuceros a los que le faltan datos. Pasamos por sitios llenos de gente y por calles vacías. Le pregunto a mi compañero de andanzas sobre su trabajo en el biblioteca. Lo de siempre, que parecen que le van a tener que poner un monumento a Ken Follet, como en Vitoria. Mucho bestseller es lo que parece ser que se ofrece en las bibliotecas. Y que los libros se compran en función de lo que reclame el lector, y que por eso tienen más de 20 de Vázquez Figueroa. Ahora comprendo un poco mejor porque no soy usuario. Mis libros son tesoros y son míos, pardiez. Finalmente, tras subir alguna que otra cuestecilla, llegamos al sitio. Ángel y yo nos despedimos. ¡Voy a echar una foto! Comento. Nos la hacemos. Repetimos. Ángel es la demostración -otra más- que las redes sociales, el internet y toda esta tecnología terrorífica, bien utilizada sirve para unir personas, que no han de ser iguales, ni parecidas, si compatibles. Ángel ha pasado a ser un amigo de carne y hueso. Y espero que esta amistad dure muchos años. Nos veremos pronto, seguro que sí.

Café Moderno



Bueno, el motivo que me había llevado al Café Moderno es los retratos que a lo largo de un tiempo ha venido haciendo Óscar Aibar, y que hoy se proyectarán -como descubriremos después- en dicho local. A Óscar lo conocía desde hace mucho tiempo, desde que yo era un joven lector de El Víbora y salió esa película “maldita”, hoy de culto, Atolladero. Las reseñas hicieron que me interesara por ella y no sé quién me dejó el tebeo -o grupos de tebeos, no recuerdo-. Es por eso que no quiero que me presten cosas, que quiero tenerlas. La busqué en videoclubs, pero no la encontré. Bueno, el tiempo pasó y llegó un invierno en el que acudía al video club Hollywood de Plaza de Gracia, en Granada, por el simple hecho de andar -yo y mis continuas luchas contra las lorzas- y encontré Platillos Volantes. También la conocía por referencias, pero no había ido al cine, porque por aquella época no era una buena época, no sé si me entienden. La cuestión es que me enamoré de Jordi Vilches, de Ángel de Andrés López, de Macarena Gómez, de Rasdi y Amiex, de la película entera. Me produjo una impresión muy fuerte. No soy crítico, es más, no me gustan demasiado los críticos de cine, aunque me junto con ello, jejeje, pero la película era milimétricamente mágica. El ambiente suburbano, poco saturado, cutre del tardofranquismo estaba plasmado de una manera magistral. Mucho se ha discutido sobre el final de la peli, pero a mí me parece perfecto.  De hecho uno de los primeros post de este blog se llamó así, y nada es por casualidad. Después pasó más tiempo, y vi La máquina de bailar, ese divertimento que a mí si me hizo gracia, con guión a la limón con mi querida Jimina. Pasó más tiempo aún, y convencí a mis padres adoptivos -que son más jóvenes que yo- para ir a ver El Gran Vázquez al cine. Por entonces ya era yo amiguito de FB de Óscar. Le felicité. Una maravilla. Para los que somos amantes de los tebeos, y en entrevistas y salones habíamos escuchado mil historias sobre Vázquez la ocasión la pintaban calva. Yo llegué a conocerlo -bueno, a observarle- en persona en Granada, en el Primer mítico Salón. Era ese pícaro con coleta que colaboraba en El Batracio Amarillo, y del que tantas historias he escuchado en El Churrasco, mítico bar, hoy cerrado o desmantelado de como era, donde se reunía la fauna de las historietas que pasaban por Graná en torno a Paco, ese tabernero irrepetible. En fin, que me pierdo. Un maravilla, repito. Santiago Segura en el mejor papel que le haya visto hacer nunca, y un elenco maravilloso. ¡Esta peli le tiene que encantar a mi padre!, y así fue cuando se la puse. 
Cuando Ángel me deja, intento llamar a Víctor, con quien había quedado, sin éxito -lo de llamar, digo-. Todavía sin haberme despegado el teléfono de la oreja, aparece Óscar, que con una gran sonrisa y un apretón de manos, me dice que ya tenía ganas de conocerme en tres dimensiones. El placer, es mío, oiga. No creía yo que mereciese tanta efusividad. Me da las gracias por los ánimos O_O Yo no doy ánimos, yo digo la verdad, replico. Charlamos un poquitín y se va para adentro del Café Moderno, a ver como va a ser la cosa. Me vuelvo y veo llegar a Víctor y a Raúl Acín. Los saludo. Como somos un trío dubitativo tardamos aún unos minutos en entrar... Eso sí -decidimos- ¡después hay que ir a comer!
Cuando entramos saluda a mis acompañantes con la misma cordialidad. A Raúl ya le conocía. Buscamos una mesa y nos sentamos. Hay que guardar una silla para una amiga que vendrá después, me dicen. Genial. Me he vuelto un ser más social desde que ando por aquí. Conoceré a otra persona que puede ser interesante. Pedidos unas bebidas y nos sentamos. Llegó Paula, fui presentado. Óscar iba de mesa en mesa. Víctor le pregunta por Casavella... anécdotas de primera mano, enfoques distintos del personaje, parece ser, pues yo sólo lo conozco por referencias, y porque tuve una vez una edición deluxe del guión de Antártida en mis manos, en la librería Dune (otra vez Graná). Comienza el acto. El pc no va como quieren para ver la presentación de los retratos. ¿Alguién sabe de estos cacharros? Voy a ver. Adiooós, es el terrorífico Windows Vista del que no entiendo ni jota. No soy de gran ayuda, y vuelvo a mi sitio con el rabo entre las piernas. El autor, solucionado el problema informático, nos enseña sus retratos de gente que él considera por algo, especial. Los hace con iPhone, con un programa que se llama Toon Paint. Los que le seguimos ya los conocíamos, pero verlo explicados no es lo mismo. De las personas que salen, sólo conozco en persona a la gran Tona Pou y a Enrique López Lavigne. A otros los admiro (Pere Ponce, Ibañez, Enrique Guillén, Álex Ángulo... ), … a otros no tanto...jejeje. Estos me los callo. Terminan de pasar todos los retratos en el pequeño y coqueto local.
Enseñando los retratos
Estamos un poco apartados hablando de nuestras cosas. ¡Arrimaros, venga! Al final juntamos las mesas y se forma una tertulia a varias bandas, que a veces confluyen en una, interesante siempre. Óscar nos presenta a Juan Vicente Córdoba, un director del que da la casualidad que he visto dos pelis (Aunque tú no le sepas y A golpes). Son todos conversadores natos, y con cosas que contar... ¡pero nosotros queríamos comer! Por suerte, en el Café Moderno se puede, así que nos pedimos unas pizzas y ya está. Múltiples anécdotas de actores españoles (algunos inclusos míticos para mí) que se sacan la chorra, proyectos, más anécdotas. Al final acabamos hablando de la movida madrileña, entre otras cosas porque Óscar está con los Alcántara (¡Merche, leches!) en 1981. Raúl Acín del que poco a poco, con nuestras escasos encuentros, descubro que sabe más que la Wikipedia y la Larousse juntas, habla con Juan Vicente. Descubro, en lo poco que llevo en la Villa y Corte, y en las pocas ocasiones que he tenido la posibilidad de alternar y/u observar a los directores las diferencias evidentes. En Juan Vicente veo el entusiasmo del autor, del que cree en lo que hace, pero sin aspavientos ni estrellismos. Es un tipo que charla, pero que deja dar tu opinión. Victor, Paula y yo nos ponemos a hablar de Íker, después de que Óscar nos contase una historia de esas de canguelo sobre cuando fue a Tivisa, ese lugar donde los protagonistas de Platillos Volantes iban a ver ovnis. Boglar es un gran defensor de Íker, como bien plasmó en La Paz Mundial. Le doy la razón. Jiménez practica un periodismo más veraz que cualquier medio de este país. Una vez engullidas las pizzas y la sobremesa acabada, algunas personas que nos habían acompañado -perdón por no recordar los nombres, en especial a esa maquilladora tan simpática-, decidimos irnos a otro sitio. Yo estando en el metro antes de las una y media, pues bien. Bajamos por calles por las que me suena haber pasado en alguna ocasión. Todos se paran a sacar dinero. Óscar entusiasmado me lleva a un sitio, a una librería que es de un tipo -de un friki- que ha dedicado su vida al ajedrez para cuatro. Llegan los otros, prosigue la historia.

Ajedrez-4
Para mentes muy, muy especiales
Un guía de lujo por las bizaras calles
del Viejo Madriz
Callejeros... ya mismo forman una banda
Por lo que se ve, el que inventó esto ha escrito un libro, que te regala con el juego, si se lo compras... el cartel es un cromo, ya lo verán, que lo adjunto. Llegamos a un bar, que no me acuerdo como se llama, y en el que un simpático barman nos saluda uno a uno presentados por Óscar. Un cartelón de James Brown (¿Seguirá congelado a espera de autopsias mil?) nos da la bienvenida a una acogedora sala de luz baja. Suena música molona, lo cual no está mal para los tiempos que corren. Hacemos un círculo y con las velillas encendidas, parece que vamos a hacer la oija. Surgen diversas conversaciones; Paula dice que le encantan las películas de pandilleros, y se forma un brain storming. De mi boca lo primero que sale es Rumble Fish. Normal. Fue una peli que me marcó para siempre. Raul comenta, que Warriors está basado en una tragedia griega o algo así, dato que tengo en la punta de la lengua, pero no me sale. Era Anábasis de Jenofonte. Lo visto en un documental sobre bandas precisamente, hacía años. Óscar se despide. Se tiene que ir que mañana hay rodaje. Yo me hago una foto con los dos directores, claro que sí. Nos quedamos los demás un poco más. 

Un jiji jaja continuo de Paula;
 al fondo Raúl con pose más intelectual y tal
Raúl y Juan Vicente siguen hablando. Y llega el momento aparte, donde Víctor empieza a rememorar a Berlanga, imitando inevitablemente a Sazatornil y continuando con el Marqués de las Marismas. Unas risas, un jiji jaja. La Paula -que ha resultado ser una chica muy simpática, si ya lo decía yo al principio- y yo nos reímos a carcajadas. Que por cierto hemos quedado en ir a una tienda de cosas bonitas de unos evangélicos. El acento catalán Boglarero nos hace pensar que los catalanes cuando son graciosos, es que son más graciosos que cualquiera. Y así fue la velada, entre cócteles sin alcohol (que saben a bebida de arándanos del Hacendado, con hilo y granadina), tercios de Mahou y risas.

Se nos hacía tarde y nos fuimos. Llevadme al metro, por lo menos, pedí con cara de pena. Andando, en una noche ideal para hacerlo, me dejaron en Tribunal. Un buen día, que diría J, pero sin los millones de rayas, sólo con retratos para todos. 

Un clásico, ya, de las noches madrileñas. What a pair! que dirían los castizos
Y en fin, así pasó todo.
Yo prometo solemnemente ir a ver su nueva peli,El Bosc. Ya les cuento por aquí.

Juan Vicente, Óscar y un tipo llamado Mameluco

Pronto más, aquí en LA CIUDAD NO ES PARA MI.


Post Script: Mi retrato llegó ayer por vía FACEBOOK. Estoy encantado. Nuestra amiga Tona me había dícho que eras una persona extraordinaria, y como suele ocurrir en ella, estaba en lo cierto.

Yo Aibarizado, como diría la Tona


jueves, noviembre 22, 2012

La Gran Familia y uno más ::: Todos somos Rappel




La cosa empezó temprano. Por esas cosas de compatibilidad de horarios con los compañeros de piso me tuve que levantar a las seis de la mañana para ducharme y tal. El autobús a Vitoria salía a las ocho. Aquellos que trabajéis me dirá que eso es lo normal, pero bueno, para mí madrugar en exceso no me gusta un pelo y lo llevo muy mal. Será acaso por mis fármacos de la risa que me tomo por las noches. Cogí la línea 1, después la 6 y como es costumbre en mí estaba en Avenida de América tres cuartos de hora antes de que el autobús saliese. Esperar no me importa. Eso es una virtud, o sea, dentro de mi nerviosismo congénito. El viaje en el Supra+ fue muy bien, básicamente por esos confortables asientos de cuero, y porque dormí dos horas y pico de viaje, cosa esta última que hace más llevadero esto de las traslaciones espaciales. Cogí un taxi y allí en la casa de mis primos me esperaba Inés con los dos zangolotinos, Miguel (2 años recién cumplidos) y Ion (4 meses). Nada más llegar comprobé que ya sólo subir las escaleras con dos infantes era ya una odisea en si misma. Pero bueno. El piso donde viven mis primos es muy chulo. Diseñado por un arquitecto que vivía allí -el casero-. 
Así suelen verme los niños de mi familia,
como a un Padrino Búfalo gordo.
Bueno, pues nos pusimos a hacer las cosas que tienen que hacer los niños. Darles de comer. Por razones obvias, yo no puedo hacer nada con Ion, pero con Miguel, al menos, me ponía a su lado para entretenerle. Miguel, aparte del nombre, ha heredado de mí y sobre todo de su padre, el gen Merino, genética un poco payasa y un poco ir a lo suyo. Ion es un niño muy sonriente, que se porta bien. Yo creía que los problemas los daban más los niños pequeñitos, pero no. A más grandes más excentricidad. Gaspar llega más tarde, trabaja en los hospitales. Es radiofísico. Viene hecho piscos, el hombre. Los problemas del trabajador. Aunque apenas hablemos en los últimos años, ha sido mi gran compañero de juegos, películas, de piso y el otro miembro del gran grupo underground avantgarde desconocidísimo The Whorish Lust.

El osaba entretiene a Miguel. Primer toma de contacto, bien.

Juntos pasamos veranos eternos, donde hoy, ya lo saben, paso yo los míos, que ya no son tan eternos, ni tan bonitos, aunque no me puedo quejar. Miguel duerme la siesta en el lugar indicado para dormir para el osaba (tío en vasco) Mameluquino, hago el paripé que me voy -en realidad me subo a la buhardilla por la puerta de arriba- para no perturbar la siesta del rey de la casa. Cuando llega Gaspar, Miguel duerme el sueño de los justos y Ion, que es muy bueno, también. Comemos y se van a dormir todos. Yo me quedo dormitando en un cómodo sofá, mirando internet y leyendo. Algún grado de sopor me da también. Una vez ya despiertos y dispuestos, y con la noche encima, nos vamos al parque. El parque es un sitio lleno de padres con niños, para quien no lo sepa. Hay columpios y toboganes, y otros artilugios de los que desconozco el nombre. Los padres interaccionan de una forma extraña. Extraña para mí, claro. Hablan de cosas que se me escapan. Hay como un nido gigante que es un columpio y allí van moviéndose. Están montados Miguel, un niño que va a su colegio que se llama Ibón, y un tal Aitor que no acabo de ubicar quién es. El padre de Ibón concuerda con el vasco profesional, y hace de sus idas y venidas en bicicleta una lucha contra los elementos. Parece que se cansan ya de estar montados. Yo mientras leo pintadas adolescentes en los cachivaches. Lástima que no echara foto de una sucesión de Karis y “te aga iluu” que había en unos triángulos que daban vueltas. Tenemos que comprar una berenjena. Lo hacemos. Volvemos a casa. La noche es fría, y me llama la atención la bruma, la humedad, como de cuento londinense. La noche es tranquila. Hago una tortilla de berenjenas y jamón, que hacía eones que no hacía. Nos la comemos diciendo a Miguel que es tortilla de pasta -¿la pasta es la berenjena?-, y cuando fuera todo estaba cubierto por la oscuridad, los niños, tras un buen rato de acompañamiento paternomaterno, dormían sin saber de peligros. 

Inés e Ion

Amanece. Gaspar se ha ido hace ya rato al hospital, Miguel desayuna, y con los ojos pegados me ducho. Es un día extraño. No hace frío. Ese frío prometido y esperado estaba ausente -al menos para mí- durante toda la mañana. Llevamos a Miguel al colegio. Muchas madres, muchos niños. En el País Vasco los niños van a la escuela con dos años. Allí veo a Urko, el amiguito de Miguel, que tiene una cara de vasco... Volvemos a casa. Yo salgo a buscar un sitio donde comprar pan, y de paso mi sempiterno zumo de manzana. No he desayunado. Como siempre me gusta hacerlo a media mañana, como los señoritos. Regreso. Tengo llaves. El Kasfruit tiene dibujos de los Gormiti. No comprendo esos estúpidos dibujos animados. Me gusta más, pero mucho más Bob Esponja, que es lo que vemos antes de ir a dormir. Desayuno tranquilo, viendo a Ion mecerse a mi lado.
Parezco un señor fingiendo llevar un carrito de niño
Es un niño sonriente. No sé si ya lo he dicho. Ya con Ion metido en el carrito volvemos al colegio Miguel de Cervantes. Una ikastola de verdad jamás se llamaría así, ¿no? Han hecho una piscina con hojas de otoño. La madre de Urko le da un trozo de bizcocho. Miguel también quiere, pero sólo lo lame, como hacen los niños cuando prueban las cosas. Al final pilla con más ansias el yogur que le lleva Inés. De vuelta nos paramos en la tienda a comprar verduras y carne, porque hoy hacer arroz a la murciana. Hace calor, se lo juro. De regreso a casa nos paramos en el parque de nuevo. Yo llevo a Ion en su carrito con rueda pinchada. Miguel ralentiza el paso, buscando hojas, palos, de todo. Yo me voy con la madre de Urko hacía el sitio ese de suelo acolchado. Miro para atrás y veo en la lejanía a mi iloba tocayo agachado, e Inés, con paciencia infinita atrayéndole para los cacharros. Hace mucho sol. Me sobra lo que me compré en el Decathlon. Medio me encargo de que a Iontxu no le dé el sol, mientras las madres columpian a sus vástagos. Después cojo el relevo. Les hace mucha gracia que los columpie a una mano y diga su nombre: ¡Urko! ¡Miguel!¡Urko! ¡Miguel!¡Urko! ¡Miguel! Y así... empiezan a dolerme los riñones. No estoy preparado para esta vorágine. 
El columpiero

Tengo que ir a comprar agua a un bar. Me tomé la torasemida, y eso dan ganas de mear, pero si no tienes líquido te dan ganas de beber. Tras unas pasadas por un tren lleno de pintadas como las ya mentadas y por el tobogán, nos vamos a casa. Hay un problema. ¿Cómo subir? No hay ascensor. Inés sube a Ion y yo intento lo mismo con Miguel. No está por la labor. Se tira de bruces en el recibido, haciendo como esos animales que se quedan quietos para que los dejes en paz. No puedo cogerlo; me siento impotente. Me da por pensar que el suelo está frío, y que vaya mierda de osaba estoy hecho para dejar al crío congelándose en el gélido pavimento. Inés baja, dejando llorando a Ion arriba. El niño se ha puesto rebelde. No sé que hacer. Compadezco a los padres de las criaturas. ¿Todos los días son así? Subimos. No me acuerdo que hicimos, pero Miguel se emperra con algo y su hermano, el pobre, llora porque le duele algo. Empieza a abrir el frigorífico. Le riño y le digo que no haga eso. Lo aparto porque vuelve. No soy Supernanny. Se enfada conmigo y empieza a llorar. Me siento superculpable. Me retiro lejos. Inés pensaría que “anda éste que se aparta”. Pero no quiero llorar yo. ¿Qué ejemplo de adultez sería? Aunque refunfuña un rato, cuando come la pasta que le he hecho, mientras Ion es atendido y alimentado por su madre, le hago cucamonas y ya se ríe un poco. Me quedo más tranquilo. Estoy acostumbrado a mis sobrinos de Castro, y los sé llevar mejor, claro. Me ven más. Me toman por un payaso, pero me conocen mejor. Y no quiero que Miguel piense que soy un ogro con cara de Olentzero. Miguel ha de dormir la siesta, pero ¡pardiez! Vamos a comer arroz y no hay arroz. Como el nene duerme el sueño de los justos no puedo entrar a la habitación. Así, que ni corto ni perezoso, en manga corta me voy a un LeClerc (o como se escriba) que hay cerca de casa. No paso frío, un poco de fresco, pero no frío. Es estimulante. Las calefacciones, necesarias e imprescindibles en ocasiones, en días como hoy me aturullan. Busco el arroz por el gran centro comercial. Doy antes con unas natillas Goshua, así que las cojo. Algo tendré que ofrecerle a mis anfitriones. Me voy. ¿Quiere bolsa? Sí. Cuando llego ya está Gaspar. Esta tarde es complicada. Vienen los de Ikea a dejar la cama nueva del Miguel, y encima mi primo está de guardia, y lo pueden llamar en cualquier momento. Llaman al teléfono. Son los de Ikea. No es del hospital... un pequeño susto. Lo traen antes de la cuenta. Apostábamos que subiría los tres pisos un señor de allende los mares con acento sudamericano, pero no. Aparece un achaparrado bilbaíno que no deja de traer paquetes y cajas. Pensamos en ir al centro, pero no, ya es tarde. Habrá que montar los muebles. Gaspar empieza a cacharrear cuando Miguel se ha levantado de la siesta. Lo llaman de nuevo, es del hospital... tiene que irse. Un nuevo conflicto, Miguel no quiere que su padre se vaya al trabajo... lloros y pataleos. ¡Pobre padre y pobre hijo! Al final salimos Inés y yo solos al parque; hemos de comprar cosas para la lasaña del sábado. El viaje se convierte entre la bruma en un disparate. Ion no quiere carrito. Miguel sigue apenado porque Gaspar se ha ido a cumplir con sus obligaciones. Todo es desconcierto. No sé si Inés nota mi agobio. Va rápido con el carrito porque así el pequeño se entretiene más. Yo voy que pierdo el resuello un poco. Nos vamos a casa sin pasar por el parque. Al llegar a casa Miguel deja que lo suba de la mano, ahorrando viajes varios por la escalera. No recuerdo ya muy bien esa noche. La distancia de los hechos y el hecho -valga la redundancia de que me cueste escribir- así lo hacen.


Operarios del Ikea working


Al día siguiente planeamos una visita al centro de Vitoria. Vamos todos en comandita. Como perdemos por los pelos todos los autobuses, decidimos ir andando. Vitoria es una ciudad abierta, llena de parques y árboles. De edificios antiguos y de curiosas estatuas de principios de siglo, ya sea a la Batalla de Vitoria, a Eduardo Dato o a un explorador del África Central, tan en boga en las últimas décadas decimonónicas. No me sé el nombre de las calles, así que me ahorraré la descripción de los sitios. Eso sí, pasamos por Ajuria Enea, y me acuerdo de que eso antes era un colegio. Lo sé porque Mauro Entrialgo, vitoriano universal, lo cuenta en una extensa entrevista en U, el hijo de Urich, que tengo por casa. Llegamos a la Catedral Vieja.

La familia al completo
Yo estuve en Vitoria-Gasteiz
El aire era frío y decidimos resguardarnos en la plaza porticada donde está el Ayuntamiento. Miguel corre de un lado para otro. Hay una boda muy pija y el coche que han alquilado los pintorescos novios es un coche antiguo que llama mucho la atención. Con la prole no nos podemos quedar a comer por algún sitio de los que hay por allí. Cogemos el 4 -creo- y regresamos. 
En el ¿4? camino de casa
Comemos lasaña muy buena, hecha por Inés. De nuevo se nos había olvidado comprar algo. Vuelvo al Leclerc, compruebo que la Euromillones no ha tocado y vuelvo con el queso mozarella. Devoramos la pasta. En este punto tengo mucho sueño. Todos se acuestan a dormir la siesta. Yo, a falta de otra cosa, me echo en el cómodo sofá, me retuerzo en una almohada y comienzo a dormir... cuando despierto, Gaspar ya ha empezado a montar la cama de nuevo. Se tiene que ir a una de esas cenas de trabajo a las que uno va para que no le pongan verde. Ayudo un poco a poner unas tablas que forman el somier. Miguel da vueltas y quiere ayudar, como todos los niños que ven armar cosas. Hablamos que mi abuelo Juan hubiese disfrutado armando muebles de Ikea. Hubiese tardado un verano entero, pero hubiese disfrutado, jajaja. Cuando se va Gaspar, al mayor no le sienta demasiado bien. Me tengo que ir a trabajar, dice Gaspar. Se queda penoso, claro. Para que pase el trago decidimos ver Porco Rosso, esa maravilla de Miyazaki. Miguel mira absorto los vuelos de los hidroaviones del Adriático. Como no teníamos nada de cenar Inés abre una bolsa de jamón al vacío que acompañamos con un triste pan de molde, pero que sabe muy bien. Miguel tiene que dormir en la cama nueva...¡y sin su padre! Fue difícil, claro. Al final acabamos de cenar tras varios intentos, y nos vamos a la cama.
Corría y volvía de vez en cuando a por la manzana de la amá
Cuando despierto, Gaspar ya está por ahí dando vueltas. Es temprano, pero no mucho. Tengo que llegar a la estación de autobuses. Me despido de mis anfitriones, prometiendo volver. 
El resumen que saco de la experiencia vitoriana es que los padres dan la vida por sus hijos, en un sentido amplio. Sacrifican muchas cosas a las que yo no podría renunciar. Me hace sentir más egoísta que de costumbre, pero supongo que la resignación y los malos ratos han de ser el precio del cariño de unos pequeños seres que han nacido de ti. Habrán notado -me refiero a mis primos- mi impotencia ante algunas situaciones. Les pido disculpas. Espero no haber molestado demasiado, o incluso haber sido de algo de ayuda. Les doy las gracias por dejarme participar en ese caos semicontrolado. Quiero conocer a mis sobrinos. No quiero ser una sombra con barba. Los otros me ven más. Me toman por el pito de un sereno, pero aunque tenga mis favoritos, saben que su tío Mame les entretendrá y los escuchará, sin demasiado paciencia, pero sí con atención.
De vuelta a Madrid me subo en un autobús Supra+ que tiene pantalla táctil por cada asiento. ¡Puedes elegir la peli que quieres ver! Elijo Funny People aunque ya la he visto. Judd Apatow nunca defrauda. Nunca comprenderé a los que dicen que esta película es regular. Pero eso lo dicen los que quieren partirse el ojete todo el rato, cuando lo bueno de esta nueva comedia americana es que no es eso. Tiene más en común con John Hughes que con American Pie. Bueno, eso lo digo yo que no tengo ni idea de nada.
Tras coger el metro y hacer trasbordo llego a Avenida de la Albufera. Bueno, antes un incidente reseñable. Cuando entro en el metro había un grupo de perrosflauta sentados en el suelo. Lo normal. Íbamos tan tranquilos cuando uno se levanta con intención de hablar. Yo creía que iba a pedir o algo y suelta la siguiente frase: ¡Al que se le ocurra ahorcar a un perro que sepa que va a acabar muchos años en un hospital! O_O De repente, un señor que iba sentado, barba blanca y El País en ristre comienza: ¡No permito amenazas!¡Estamos en un estado de derecho!¡Los jueces harán lo que tengan que hacer! El perroflauta grita más: ¡El que ahorque o maltrate a un perro lo va a pasar muy mal! El progre anciano sigue con la cantinela: ¡Eso es una amenaza!¡Somos ciudadanos de bien!¡Jamás haríamos daño a un animal! ¡Protestad contra Rajoy y la Botella! Entran en una conversación en un tono más bajo de la que se me escapa casi todo. Hay más de una España, pero ninguna de ellas se pondrá de acuerdo jamás, jajaja.



Estoy cansado, pero enseguida se me pasa, así que decido ir a uno de los eventos que hay en la tarde. A las monjas del musical de Sister Act del Colegio Católico ya lo veré otra vez. Quedé en ir a un acto que había convocado Jimina, que se llamaba “Todos somos Rappel”. Era un espectáculo de magia y humor de Juanjo de la Iglesia. Era en un sitio que se llamaba Colectivo La Latina. ¡Qué sitio, amigos! Era la progresión de lo que viene a ser las asociaciones de vecinos tan en boga y tan reivindicativas que surgieron como setas en la Transición a la pseudodemocracia neoliberal de la que gozamos hoy en día. Para empezar tenía un escaparate mezcla de tetería y tienda de souvenirs de Uzbekistan.

¿Qué me dicen del escaparate?
Víctor venía. Jimina llegaba justa, como siempre. Llegó Víctor y compramos las entradas. Unas entradas minimalistas. Un trocito de papel amarillo de poco gramaje que ponía un número en una esquina. Llegaron Jimina y Enrique; los amigos que esperaba Víctor tardaban un poco más. Nos metimos. Yo creía que iba a ser una minisala con asíentos, pero resultó ser un caos de sillas y mesas utilizadas como sillas con niños corriendo, gente con pintas pseudohippies y lleno hasta los topes. Intentamos hacernos sitio entre tanta algarabía y acabamos sentado en los sillones de la barra, en donde según Enrique daban ¿Amigo Cola?, por aquellos de no jugarles el juego a los capitalistas, pero los Beefeater eran Beefeater de verdad, de los que proveen a Isabel II de Inglaterra. El espectáculo comienza. No es gran cosa, pero divierte, sobre todo las interacciones con el público. Hay un descanso para hacer gasto. Víctor me presenta a Raúl y a Jimena. Hay algarabía de niños que quieren palomitas, padres que quieren cubatas y gritones de toda condición. Empieza el segundo acto. Magia y trucos con más gracia que ilusionismo y más risas. Cuando acaba la función Jimina nos presenta a su padre, el señor Sabadú, que no se como se llama porque sólo dijo: este es mi padre. Para más inri cuando ya se iba lo llamó de nuevo, e hizo -pidiéndome permiso eso sí- que le enseñará a Niño Murga y a Ansiolina. Pues yo creía que esta era la única que estaba zumbá, dijo el buen señor. Somos más, repliqué yo.
Encima de los pintxos, siempre dando la murga

Salimos del lugar que sabía a pub de los 80 con lo reivindicativo de los 70, no sin antes que una de las que recogía vasos muy mal educada le diera un empujonazo a Jimina y le dijera: Has resbalao por el suelo. Ver para creer. Íbamos a ir a un bar, pero estaba cerrado. Optamos (optan) por el Juana la Loca, un sitio que según Enrique es en donde ponen los mejores pinchos de tortilla de Madrid

¡Y vive Dios que es cierto! Los camareros eran unos estirados que no nos dejaron sentarnos en una mesa que estuvo todo el rato vacía. Pero bueno. Y charlamos y tal y cual. 
Jimina, como es una fundadora generosa repartió carnets.

El Club Luchana somos todos... (aunque haya infiltrados del Club Lechuga)
 La chica recién conocida, Jimena, se mostró muy interesada en los carnet hechos en tipografía, lo cual, como siempre pasa, me hace hablar como un loco de mi imprenta, de la fundación y esas cosas. Conocía a Unos tipos duros, web que visito con frecuencia. Era un niña muy simpática. Al final los artistas se pusieron a hablar de sus cosas y Víctor y yo, perros viejos, repetimos tortilla y hablamos de Hodgson. De ahí me surgió la idea de dedicar mi próxima experiencia shadowliner a la trilogía de este señor que entusiasma a amantes del terror, a amantes de la literatura o a ambos.

Hablar de sus cosas
Jimina se fue, que tenía que darle de comer a los artistas. Nos quedamos un rato más, pero al final como siempre pasa, nos fuimos (es una obviedad, pero es así). Jimena vivía por allí cerca, Raúl y Víctor cogían el metro en La Latina, y yo en Tirso de Molina. La simpática Jimena me regaló un plano del metro plastificado, que en un principio no quise aceptar, pero que ahora me acompaña en mi cartera.








Cruzaba la calle ¡quedaremos otro día! Decía Víctor Boglar. ¡Para hablar de Hogdson! Respondía yo. Y así más o menos acabó el fin de semana.

Funny People
He sido muy minucioso con lo de Vitoria, para intentar transmitir los múltiples matices cambiantes del caos en una casa con niños.


Bueno, ya mismo más en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ.

domingo, noviembre 11, 2012

El Gafe





No todo es glamour en la vida madrileña. Creo que estoy seleccionando cosas demasiado divertidas. Y no es oro todo lo que reluce, no. Para empezar es domingo. He estado haciendo un cartel de esos by the face que ya había hecho ayer, pero que al final era con orla y no con esquinazos. Opps!...I did it again y Santas Pascuas en Belén. Cuando termino de eso me pongo a repasar lo del Máster. Descubro alterado que mi libreta -al igual que mi paraguas- se me quedó olvidado en clase el miércoles. ¡Oh, aún peor, la he perdido! Allí tenía los teléfonos de mis compañeros, aparte de horarios de autobuses y tarjetas de profes. Quería mandar un sms a alguno para que me mandase una cosa. No he podido. Mi gozo en el pozo de los correos que jamás serán enviados, como aquello que decía Kafka de los besos de las cartas. Deberíamos habernos dado los correos y así lo habría añadido a contactos, pero ese pérfido invento llamado móvil siempre estropea mis planes. Pero bueno, he leído las presentaciones power-point (odio lo power-points, los que me conozcan de más tiempo lo sabrán) y mis apuntes. No creo que haya problema con mis conocimiento sobre los pdf, el arte final, los planos anisótropos y todas esas cosas fabulosas que me miro en estos días. Harto ya de mirar cosas, y angustiado por no saber dónde diantres está mi cuaderno. me dispongo a salir de casa.

Apuntes y cuaderno de anillas,
pero de mi libreta con mis cosas nada.
Mi aspecto no es muy bueno. Mi compañero de piso siempre dice que tengo muy mala pinta por las mañanas, como si estuviese resacoso. Difícil siendo abstemio (o gilipollas, como me decía el otro día un simpático señor de mi pueblo, el Campano). Me cambio de jersey, que el que llevaba puesto tenía lamparones de aceite, porque hoy la sartén se ha revelado. Me pongo la cazadora de cazador del Decathlon y una bufanda de imitación Burberry. Por el motivo tartán más que otra cosa (lo que aprende uno viendo Colin&Justin). Cuando me dispongo a bajar las escaleras mi talón dice aquí estoy yo. Yendo por la Calle Génova el otro día con Ramón, hice un extraño al subir una acera. Como había andado mucho la cosa estaba caliente y no noté nada. El PP tiene la culpa. Después estuve de pie en la fiesta ya referida aquí, y eso ha pasado factura. Ese tobillo me lo doble una vez que hice doblete -me torcí los dos tobillos a la vez- cayéndome por unas escaleras de granito que hoy ya no existen. Lo bueno es que no era la primera vez que esa dichosa escalera probaba mis avalanchas, porque jugando a ser bicivolador, con un triciclo, de pequeño, me abrí una brecha en la cabeza... los mamelucos tropiezan dos veces con la misma escalera, está visto. Bueno, cojo el ascensor, y pate que pate, voy dando un paseo por los aledaños, para andar un poquito y orearme. ¡Qué frío hace, por Dios! Es ese frío fino que se filtra por las fibras de cualquier ropaje, y te llega hasta en corazón mismo del tuétano. He ido andando hasta un feo mercadillo medieval o similar que hay aquí al lado. Me he acercado a un mago, vestido de Merlín, pero en versión yonkypalace, y hacía un frío del demonio. No paran de sonar las gaitas. Hoy me han despertado. Bueno, fui a tomar un cafelín a O'Faro, un sitio buenísimo, donde desayunas café, tostada y zumo de naranja natural por 2,20 €, y me he puesto al lado de una estufa de esas que cuelgan de las paredes. Una pareja discutía con su hija. Las palabrotas surgían de sus bocas a una velocidad supersónica. Después se extrañan de dónde sacan los vocabularios los que salen en GH o Gandía Shore. Salgo del techaico que ponen y el frío es de vértigo. Oteo en la lejanía.

Yo también quiero esos churros, parece gritar Peliche
a la simpar Julia Caba Alba en esta escena de El Gafe
Es la churrería que está al lado del Mercado de Puente de Vallecas y el aroma es embriagador. Me hubiese comido un papelón del tamaño del ego de Sánchez Dragó, pero reprimí mis ansias. Cojitranco me dirigí entre puestos clandestinos de cosas robadas a un chino donde sé que venden zumo de manzana Don Simón. No es mi predilecto, pero es domingo por la tarde... Cojo también un Aquarius para hacer gasto, básicamente porque sólo tenía en la cartera un billete de 20 euros y calderilla. Voy a pagar y le doy el billete al chino. Tras mucho trapichear con monedas y con una cartera que se saca del bolsillo me da la vuelta de 10. Te he dado 20, le digo al chino, y se hace el tonto. ¡Qué me quería tangar! Me puse serio y dije: TE HE DADO VEINTE. Y ya me dio los 10. Si no hubiese sido cierto nunca me lo hubiese dado, que lo sepan. Me querían timar. A lo mejor es que tengo cara de tonto. Cara de resacoso. Cara de domingo. Cara de asco. Salgo cojito de vuelta a casa. El frío es dickensiano; los niños van abrigados y las aceras bullen de gente. Tras dar una vuelta a la manzana, me vuelvo a casa, a los apuntes. Desde luego, los domingos son gafes.

Ya mismo más en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ. 
Me voy a Vitoria el jueves, así que a lo mejor no es tan ya mismo, jajaja.

***
Otros gafes famosos:

El de barbas que pedía el juguito de naranja en
El alegre divorciado, de Pedro Lazaga con Paco Martínez Soria.

Jessica Fletcher, que donde iba de visita cascaban uno u dos. O en Cabot Cove. 

Yo llevaba linterna mucho antes que Dana Scully,
 dice la escritora malrrollera

D'Artacán y los tres Mosqueperros ::: Manolo, la nuit



Todo empezó en twitter. Le dije a mi amigo Ramón de quedar en un bar que me había recomendado por su decadente aspecto y su rancia clientela. Como suele pasar con precisión matemática, llegué a la hora al sitio. El Bar Richelieu, en la Calle Eduardo Dato. Es curioso el solapamiento de nombres históricos, un cardenal francés de s. XVII y un político español de la Regencia y de Alfonso XIII. Todo muy moderno, sí. El otoño caía sobre la señera calle de marras en forma de llovizna y taxis pasando. ¡Qué de taxis! En Vallecas no se ven tanto, se lo aseguro. Todo el mundo va en taxi a todos sitios. En algo se debe notar que estamos en Almagro, al ladito de la Castellana, lindando con Serrano

Mameluco esperando. Un nuevo clásico madrileño.
Mi compañero de hora del té se retrasa por razones justificadas, que no vienen al caso para esta crónica. Nos sentamos afuera, en la terraza. A nuestro alrededor, pijos con caracolillos en el pelo toman su gin tonics en copas de balón y fuman puros del diámetro de una caña de lomo de Guijuelo. Nosotros a lo nuestro. Hablar de libros, de documentales, de paleontología. De las cosas que hablan dos caballeros en un club. 
¡Pero que cardenal más malo,
ni el mismísimo Ratzinger!
Sin duda, de Dartacan y los Tres Mosqueperros, donde el pérfido cardenal que daba el nombre al bar, era el malo malísimo. Nuestros recuerdos infantiles nos llevan incluso a tararear la música incidental. Los de al lado nos miraban raros. A lo mejor nuestra conversación sobre las andanzas de Joselito, el Pequeño Ruiseño, de cuando conoció al Che Guevara, o cuando fue mercenario en Angola, no le hacían gracia. O el cariz marcadamente anarcoide de algunas de mis afirmaciones a la gornú. Anda y que se ondulen con la permanent. Empezó a llover. No llevábamos paraguas, y eso hizo que nos quedásemos al resguardo de la terraza algún tiempo más. Tanto tiempo que me dieron ganas de hacer aguas menores, así que me sumergí en el ambiente denso, antiguo, loco del Richelieu... sillas de madera, marmol blanco en las mesas. En la escaleras para bajar al mingitorio, geodas, formaciones minerales y conchas adornaban una vitrina de gusto decimonónico, tan dado al acúmulo de especímenes. Abajo, era como un club de cócteles, y unas viejas me miraron con cara de susto. Cuando terminé, y me lavé las manos, comprobé con una alegría sin sentido alguno, que los grifos tenían agua caliente. Demasiado bonito para ser cierto. Parece ser que la factura que pagó Ramón incluía incluso masajes, aparte de baños aseados, porque era por decirlo en plan atmosférico, estratosférica. Eso sí, más aperitivos diferentes no había visto yo en mi vida. Los ricos y sus lujos, que a los demás nos parecen caros y abundantes, y a ellos supongo que normales. Bajamos deambulando por las calles, como si fuésemos Sherlock y Watson en el film del ínclito Garci, callejeando, yendo sin un rumbo fijo, bajando para el centro. Elegimos un bar de tapas bastante al gusto, donde los camareros llevaban galones. Santa Bárbara se llamaba el sitio. Yo, que no había comido, y venía de pasar un jueves espantoso de ansiedades y desvelos, pedí unas bravas y un pincho de tortilla, mientras Ramón me miraba comer -parece ser que se va a convertir en costumbre- tomando dobles cañas con posavasos de corcho. Llevaba en la mano durante todo el tiempo, esperando que no se mojase, un libro que mi acompañante tuvo el detalle de regalarme, y del que desconocía su existencia. El legado de Lovecraft, com prólogo de Robert Bloch. Los amigos que saben regalar libros acertados son los mejores amigos, que lo sepan. Al final, bajamos hasta Gran Vía. Yo tomé el metro hasta casa, y él siguió andando, hasta la suya, supongo.

Caballeros en una época de rufianes y malandrines
Llegué a Puente de Vallecas, y mi idea principal era escribir esto que les estoy escribiendo ahora, y comerme dos yogures de piña Carrefour. Con trocitos. Cuando me senté al ordenador se me ocurrió mirar el móvil, olvidado como siempre que quedo con Ramón, que no usa de esos armatostes. Un mensaje de la simpar Jimina Sabadú invitándome a una fiesta. 
El celtibérico que llevo dentro sale al paso, como Alfredo Landa en sus buenos tiempos.
El antiguo Mameluco, ese perrancano sin oficio ni beneficio, que creía que no tenía derecho a divertirse, había quedado, al menos ese día, atrás; la llamó enseguida. Es en Torres Blancas -me dice-, está Pablo Vázquez. No conocía ese edificio, ni dónde estaba... lo miro en el google, y me dice que tardaré 45 minutos en llegar... ¡adiós!... a lo mejor hasta se ha terminado la fiesta. Raudo, y mirando los billetes que tenía en la cartera, cogí un taxi. A Corazón de María, 2 -le digo al peseta-. Llegué en 11,75 euros. Jimina bajó a por mí, porque como sigo siendo un cateto no sabía ni por donde se entraba ni nada. El edificio era cool de verdad, con formas locas y sinuosas, que se repetían de forma especular. Subí y entré. Un montón de desconocidos se apiñaban en las oficinas de la productora Apaches. Sólo conocí a una persona. El conocido twittero Nacho Vigalondo que gesticulaba. Enrique, que es el jefe del asunto, me da la bienvenida. Al fondo distingo a Pablo, que conversa con una persona que me suena levemente. Era Victor Boglar, que es amigo del Facebook. Me presento. Conozco a Paula, la novia de Victor. Le pregunto que Paula ¿qué? Sólo Paula me dice, sencilla. Yo no soy de las que están en el FB todo el rato. ¡Ahhh! Replico yo. Gente normal, pienso para mis adentros. La conversación es amena y cordial. No sé de qué hablarían los modernos y hipsters que nos rodeaban, pero nosotros charlamos de cosas normales, la verdad. Le comento a Pablo que fui a ver Summetime con Ana Nieto el martes, y que lo que más me gustó fueron el guión y el trabajo de las actrices. 

Los de 2ª molamos mazo, que lo sepáis (Foto Tuenti)
Cuando digo eso Pablo sale volado. Sus actrices han llegado. Nos quedamos al lado de la espada original que llevaba el kurgan en Los Inmortales. Hemos conquistado un espacio vital. El que está entre el resto del piso y la habitación con el iMac con el Spotify. Pablo llegó al rato con las protas de Summertime, Alba y Ana, que resultan ser unas chicas estupendas y simpáticas. No sé... como no conozco a actrices, pues no sé como son. Estas muy apañadas.

Alba Messa, Ana Rujas y Mameluco. Summertime en otoño
Hablamos de la peli, de las movidas mentales (Paula es psicóloga y claro, supongo que tiene que aguantar que siempre que dice a lo que se dedica los loquitos le vengamos con lo mismo). Cada rato que pasa voy reconociendo caras. Les pido perdón a algunos por no presentarme ni nada; en el fondo soy tímido. Algunos bloggeros guión as que conozco desde hace mucho tiempo están por allí, pero no sé, es extraño llegar y decir: soy Mameluco, quizás me recuerdes de aquel comentario que te hice en 2009 o por aquel montaje del fotolog que me pediste prestado en alguna ocasión. No sé. Pablo habla con gente diferente que entiende demasiado de lo que habla para mi nivel. Otros que no me suenan de nada, son en realidad nombres muy conocidos, a los que no pongo cara. La noche continúa en una progresión de jiji jajá, y de sentirnos, como comentamos entre nosotros en petit comité, auntéticos invitados de segunda división. Bueno. Molamos. Si. ¿Qué pasa? Un murmullo general, y Vigalondo se acerca y dice que tiene que atender a la celebridad. Y es que Elijah Wood entra por la puerta. Una superestella de Hollywood. Vamos descendiendo de categoría a marchas forzadas. Se mete en una sala acristalada con el director y comienzan a pegar saltos. Bueno, cosas de artistas. Nosotros a lo nuestro. De repente Víctor nos dice... pues a mí Enrique me ha invitado diciéndome que venía Sasha Grey. O_O Una ex estrella porno con dimensión internacional, que parece ser -ya no leo el Fotogramas- que ha trabajado con Sodelbergh. Yo sabía que era la protagonista de la peli de cuyo rodaje es la fiesta porque Jimina hace de doble de luces de ella algunas veces. Seguimos a lo nuestro. Yo con una cocacola que se ha ido calentando durante toda la noche. Los otros van y vienen por cubatas a la cocina. Se habla desde coger espárragos y cardillos, nuevos paradigmas, nueva comedia americana a lo malo que es ser geólogo y lo malo que son los bancos. De repente, y sin que casi nadie se de cuenta, Frodo Bolsón pasa diciendo: Sorry. 
Tesoros varios, ya sea un Technics
o el Spotify
Se pone a hacer de DJ con Vigalondo. Golpean la mesa al ritmo de la música, cantando a grito pelao y haciendo que una bonita lámpara de diseño muriese en acto de servicio. Vigalondo al ver que todos miran empieza a señalar hacía afuera diciendo: ¡¡ahí fuera hay una fiesta!! Empezamos a decir FROOOOODO DJ... o PON A LOS NIKIS... cosas de las que el que el minúsculo actor hollywoodiense no se cosca, supongo. Salen en estampida. Seguimos apalancados en nuestro sitio. Gente se acerca, otra se ve. Casi todo el mundo conoce a todo el mundo. Yo -y creo que Paula- como que no. De repente, aparece Enrique con una chica y nos presenta a todos como de pasada. Fulanito, fulanita, fulanito,... Sasha. ¡Nos pusimos nerviosos! Victor y yo sobre todo, para que vamos a negarlo. Queda muy cutre en este tipo de eventos distendidos hacerte fotos con celebridades, pues es como, esto es normal, es entre amigos y tal. Sí, pero para un recién llegado a estas lides es como mínimo extraño. A mí Elijah Wood me importa muy poco ¡Pero es que es Frodo Bolsón, el que llevó el Anillo al Monte del Destino! Un converso como yo a la fantasía dejé pasar la oportunidad de echarme una foto con el señor Wood. Y es que en realidad, eso es de cortarrollos, sí. Jimina llegó a nuestro sitio. Hacía de anfitriona y se ocupaba de todo, así que no la habíamos visto casi nada en toda la noche. Nos dijo que nos presentaba a Sasha, pero bien. No lo pensamos ni un momento. Pablo se quedó charlando con nosequién, pero Víctor y yo acudimos raudos a conocer a la simpática yanki. Yo no entiendo inglés, la verdad, y nos contó, por lo que me he enterado hoy que un tipo que se medio coló en el happening la estuvo molestando con preguntas relativas al porno y tal. Una cosa muy fea, y sórdida. Y más hablando de una persona que ha dejado el género. Pero tuve la genial ocurrencia, de que si quedaba feo echarnos nosotros una foto, con Ansiolina no quedaría mal. Y se prestó encantada, aunque confesó a Jimina después que le daban grima los muñecos.

Ansiolina con Sasha y con Jimina. Una foto para el recuerdo.
Se hacía tarde. Muy tarde. Estábamos cansados. Salimos de la fiesta, despidiéndonos de los anfitriones, como buenos invitados, Alba, Ana, Víctor, Paula, Pablo y yo.

La Sabadú es estupenda ¿lo sabían? Pues sí.
Incluso dejé pasar al diminuto Frodo cuando salímos del edificio. Cada uno iba a una punta de Madrid, así que esperamos cuatro taxis. Pablo Vázquez, considerado como malo en el mundo de los muñequines, tuvo la deferencia de quedarse el último esperando.

Y así acabó el viernes. Un viernes que empezó con limpieza de habitación, siguió con exquisiteces pijas del Madrid más rancio y acabó en fiesta cool, en la que gracias a la gente que ya conocía o que conocí (los locales, los de aquí), fue una gran noche.
Jarcor, como dice Victor, pero bien.

Más ya mismo, aquí en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ.