La cosa empezó temprano. Por esas
cosas de compatibilidad de horarios con los compañeros de piso me
tuve que levantar a las seis de la mañana para ducharme y tal. El
autobús a Vitoria salía a las ocho. Aquellos que trabajéis
me dirá que eso es lo normal, pero bueno, para mí madrugar en
exceso no me gusta un pelo y lo llevo muy mal. Será acaso por mis
fármacos de la risa que me tomo por las noches. Cogí la línea
1, después la 6 y como es costumbre en mí estaba en
Avenida de América tres cuartos de hora antes de que el
autobús saliese. Esperar no me importa. Eso es una virtud, o sea,
dentro de mi nerviosismo congénito. El viaje en el Supra+ fue
muy bien, básicamente por esos confortables asientos de cuero, y
porque dormí dos horas y pico de viaje, cosa esta última que hace
más llevadero esto de las traslaciones espaciales. Cogí un taxi y
allí en la casa de mis primos me esperaba Inés con los dos
zangolotinos, Miguel (2 años recién cumplidos) y Ion
(4 meses). Nada más llegar comprobé que ya sólo subir las
escaleras con dos infantes era ya una odisea en si misma. Pero bueno.
El piso donde viven mis primos es muy chulo. Diseñado por un
arquitecto que vivía allí -el casero-.
Bueno, pues nos pusimos a
hacer las cosas que tienen que hacer los niños. Darles de comer. Por
razones obvias, yo no puedo hacer nada con Ion, pero con Miguel, al
menos, me ponía a su lado para entretenerle. Miguel, aparte del
nombre, ha heredado de mí y sobre todo de su padre, el gen Merino,
genética un poco payasa y un poco ir a lo suyo. Ion es un niño muy
sonriente, que se porta bien. Yo creía que los problemas los daban
más los niños pequeñitos, pero no. A más grandes más
excentricidad. Gaspar llega más tarde, trabaja en los
hospitales. Es radiofísico. Viene hecho piscos, el hombre. Los
problemas del trabajador. Aunque apenas hablemos en los últimos
años, ha sido mi gran compañero de juegos, películas, de piso y el
otro miembro del gran grupo underground avantgarde desconocidísimo
The Whorish Lust.
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El osaba entretiene a Miguel. Primer toma de contacto, bien. |
Juntos pasamos veranos eternos, donde hoy,
ya lo saben, paso yo los míos, que ya no son tan eternos, ni tan
bonitos, aunque no me puedo quejar. Miguel duerme la siesta en el
lugar indicado para dormir para el osaba (tío en vasco)
Mameluquino, hago el paripé que me voy -en realidad me subo a la
buhardilla por la puerta de arriba- para no perturbar la siesta del
rey de la casa. Cuando llega Gaspar, Miguel duerme el sueño de los
justos y Ion, que es muy bueno, también. Comemos y se van a dormir
todos. Yo me quedo dormitando en un cómodo sofá, mirando internet y
leyendo. Algún grado de sopor me da también. Una vez ya despiertos
y dispuestos, y con la noche encima, nos vamos al parque. El parque
es un sitio lleno de padres con niños, para quien no lo sepa. Hay
columpios y toboganes, y otros artilugios de los que desconozco el
nombre. Los padres interaccionan de una forma extraña. Extraña para
mí, claro. Hablan de cosas que se me escapan. Hay como un nido
gigante que es un columpio y allí van moviéndose. Están montados
Miguel, un niño que va a su colegio que se llama Ibón, y un
tal Aitor que no acabo de ubicar quién es. El padre de Ibón
concuerda con el vasco profesional, y hace de sus idas y
venidas en bicicleta una lucha contra los elementos. Parece que se
cansan ya de estar montados. Yo mientras leo pintadas adolescentes en
los cachivaches. Lástima que no echara foto de una sucesión de
Karis y “te aga iluu”
que había en unos triángulos que daban vueltas. Tenemos que comprar
una berenjena. Lo hacemos. Volvemos a casa. La noche es fría, y me
llama la atención la bruma, la humedad, como de cuento londinense.
La noche es tranquila. Hago una tortilla de berenjenas y jamón, que
hacía eones que no hacía. Nos la comemos diciendo a Miguel que es
tortilla de pasta -¿la pasta es la berenjena?-, y cuando
fuera todo estaba cubierto por la oscuridad, los niños, tras un buen
rato de acompañamiento paternomaterno, dormían sin saber de
peligros.
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Inés e Ion |
Amanece. Gaspar se ha ido hace ya rato al hospital,
Miguel desayuna, y con los ojos pegados me ducho. Es un día extraño.
No hace frío. Ese frío prometido y esperado estaba ausente -al
menos para mí- durante toda la mañana. Llevamos a Miguel al
colegio. Muchas madres, muchos niños. En el País Vasco los niños
van a la escuela con dos años. Allí veo a Urko,
el amiguito de Miguel, que tiene una cara de vasco... Volvemos a
casa. Yo salgo a buscar un sitio donde comprar pan, y de paso mi
sempiterno zumo de manzana. No he desayunado. Como siempre me gusta
hacerlo a media mañana, como los señoritos.
Regreso. Tengo llaves. El Kasfruit
tiene dibujos de los Gormiti.
No comprendo esos estúpidos dibujos animados. Me gusta más, pero
mucho más Bob Esponja,
que es lo que vemos antes de ir a dormir. Desayuno tranquilo, viendo
a Ion mecerse a mi lado.
Es un niño sonriente. No sé si ya lo he
dicho. Ya con Ion metido en el carrito volvemos al colegio Miguel
de Cervantes. Una ikastola de verdad jamás
se llamaría así, ¿no? Han hecho una piscina con hojas de otoño.
La madre de Urko le da un trozo de bizcocho. Miguel también quiere,
pero sólo lo lame, como hacen los niños cuando prueban las cosas.
Al final pilla con más ansias el yogur que le lleva Inés. De vuelta
nos paramos en la tienda a comprar verduras y carne, porque hoy hacer
arroz a la murciana. Hace calor, se lo juro. De regreso a casa nos
paramos en el parque de nuevo. Yo llevo a Ion en su carrito con rueda
pinchada. Miguel ralentiza el paso, buscando hojas, palos, de todo.
Yo me voy con la madre de Urko hacía el sitio ese de suelo
acolchado. Miro para atrás y veo en la lejanía a mi iloba
tocayo agachado, e Inés, con paciencia infinita atrayéndole para
los cacharros. Hace mucho sol. Me sobra lo que me compré en el
Decathlon. Medio me
encargo de que a Iontxu no le dé el sol, mientras las madres
columpian a sus vástagos. Después cojo el relevo. Les hace mucha
gracia que los columpie a una mano y diga su nombre: ¡Urko!
¡Miguel!¡Urko! ¡Miguel!¡Urko! ¡Miguel! Y así... empiezan a
dolerme los riñones. No estoy preparado para esta vorágine.
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Parezco un señor fingiendo llevar un carrito de niño |
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El columpiero |
Tengo
que ir a comprar agua a un bar. Me tomé la torasemida, y eso dan
ganas de mear, pero si no tienes líquido te dan ganas de beber. Tras
unas pasadas por un tren lleno de pintadas como las ya mentadas y por
el tobogán, nos vamos a casa. Hay un problema. ¿Cómo subir? No hay
ascensor. Inés sube a Ion y yo intento lo mismo con Miguel. No está
por la labor. Se tira de bruces en el recibido, haciendo como esos
animales que se quedan quietos para que los dejes en paz. No puedo
cogerlo; me siento impotente. Me da por pensar que el suelo está
frío, y que vaya mierda de osaba estoy hecho para dejar al crío
congelándose en el gélido pavimento. Inés baja, dejando llorando a
Ion arriba. El niño se ha puesto rebelde. No sé que hacer.
Compadezco a los padres de las criaturas. ¿Todos los días son así?
Subimos. No me acuerdo que hicimos, pero Miguel se emperra con algo y
su hermano, el pobre, llora porque le duele algo. Empieza a abrir el
frigorífico. Le riño y le digo que no haga eso. Lo aparto porque
vuelve. No soy Supernanny.
Se enfada conmigo y empieza a llorar. Me siento superculpable. Me
retiro lejos. Inés pensaría que “anda éste que se aparta”.
Pero no quiero llorar yo. ¿Qué ejemplo de adultez sería? Aunque
refunfuña un rato, cuando come la pasta que le he hecho, mientras
Ion es atendido y alimentado por su madre, le hago cucamonas y ya se
ríe un poco. Me quedo más tranquilo. Estoy acostumbrado a mis
sobrinos de Castro, y los sé llevar mejor, claro. Me ven más. Me
toman por un payaso, pero me conocen mejor. Y no quiero que Miguel
piense que soy un ogro con cara de Olentzero.
Miguel ha de dormir la siesta, pero ¡pardiez! Vamos a comer arroz y
no hay arroz. Como el nene duerme el sueño de los justos no puedo
entrar a la habitación. Así, que ni corto ni perezoso, en manga
corta me voy a un LeClerc
(o como se escriba) que hay cerca de casa. No paso frío, un poco de
fresco, pero no frío. Es estimulante. Las calefacciones, necesarias
e imprescindibles en ocasiones, en días como hoy me aturullan. Busco
el arroz por el gran centro comercial. Doy antes con unas natillas
Goshua, así que las
cojo. Algo tendré que ofrecerle a mis anfitriones. Me voy. ¿Quiere
bolsa? Sí. Cuando llego ya está Gaspar. Esta tarde es complicada.
Vienen los de Ikea a
dejar la cama nueva del Miguel, y encima mi primo está de guardia, y
lo pueden llamar en cualquier momento. Llaman al teléfono. Son los
de Ikea. No es del hospital... un pequeño susto. Lo traen antes de
la cuenta. Apostábamos que subiría los tres pisos un señor de
allende los mares con acento sudamericano, pero no. Aparece un
achaparrado bilbaíno que no deja de traer paquetes y cajas. Pensamos
en ir al centro, pero no, ya es tarde. Habrá que montar los muebles.
Gaspar empieza a cacharrear cuando Miguel se ha levantado de la
siesta. Lo llaman de nuevo, es del hospital... tiene que irse. Un
nuevo conflicto, Miguel no quiere que su padre se vaya al trabajo...
lloros y pataleos. ¡Pobre padre y pobre hijo! Al final salimos Inés
y yo solos al parque; hemos de comprar cosas para la lasaña del
sábado. El viaje se convierte entre la bruma en un disparate. Ion no
quiere carrito. Miguel sigue apenado porque Gaspar se ha ido a
cumplir con sus obligaciones. Todo es desconcierto. No sé si Inés
nota mi agobio. Va rápido con el carrito porque así el pequeño se
entretiene más. Yo voy que pierdo el resuello un poco. Nos vamos a
casa sin pasar por el parque. Al llegar a casa Miguel deja que lo
suba de la mano, ahorrando viajes varios por la escalera. No recuerdo
ya muy bien esa noche. La distancia de los hechos y el hecho -valga
la redundancia de que me cueste escribir- así lo hacen.
Operarios del Ikea working |
Al día
siguiente planeamos una visita al centro de Vitoria. Vamos todos en
comandita. Como perdemos por los pelos todos los autobuses, decidimos
ir andando. Vitoria es una ciudad abierta, llena de parques y
árboles. De edificios antiguos y de curiosas estatuas de principios
de siglo, ya sea a la Batalla de Vitoria,
a Eduardo Dato o a un
explorador del África Central,
tan en boga en las últimas décadas decimonónicas. No me sé el
nombre de las calles, así que me ahorraré la descripción de los
sitios. Eso sí, pasamos por Ajuria Enea,
y me acuerdo de que eso antes era un colegio. Lo sé porque Mauro
Entrialgo, vitoriano universal, lo cuenta en
una extensa entrevista en U, el hijo de Urich, que tengo por casa.
Llegamos a la Catedral Vieja.
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La familia al completo |
Yo estuve en Vitoria-Gasteiz |
El aire era frío y decidimos resguardarnos en la plaza porticada
donde está el Ayuntamiento. Miguel corre de un lado para otro. Hay
una boda muy pija y el coche que han alquilado los pintorescos novios
es un coche antiguo que llama mucho la atención. Con la prole no nos
podemos quedar a comer por algún sitio de los que hay por allí.
Cogemos el 4 -creo- y
regresamos.
En el ¿4? camino de casa |
Comemos lasaña muy buena, hecha por Inés. De nuevo se
nos había olvidado comprar algo. Vuelvo al Leclerc, compruebo que la
Euromillones no ha
tocado y vuelvo con el queso mozarella. Devoramos la pasta. En este
punto tengo mucho sueño. Todos se acuestan a dormir la siesta. Yo, a
falta de otra cosa, me echo en el cómodo sofá, me retuerzo en una
almohada y comienzo a dormir... cuando despierto, Gaspar ya ha
empezado a montar la cama de nuevo. Se tiene que ir a una de esas
cenas de trabajo a las que uno va para que no le pongan verde. Ayudo
un poco a poner unas tablas que forman el somier. Miguel da vueltas y
quiere ayudar, como todos los niños que ven armar cosas. Hablamos
que mi abuelo Juan
hubiese disfrutado armando muebles de Ikea. Hubiese tardado un verano
entero, pero hubiese disfrutado, jajaja. Cuando se va Gaspar, al
mayor no le sienta demasiado bien. Me tengo que ir a trabajar, dice
Gaspar. Se queda penoso, claro. Para que pase el trago decidimos ver
Porco Rosso, esa
maravilla de Miyazaki.
Miguel mira absorto los vuelos de los
hidroaviones del Adriático. Como no teníamos
nada de cenar Inés abre una bolsa de jamón al vacío que
acompañamos con un triste pan de molde, pero que sabe muy bien.
Miguel tiene que dormir en la cama nueva...¡y sin su padre! Fue
difícil, claro. Al final acabamos de cenar tras varios intentos, y
nos vamos a la cama.
Corría y volvía de vez en cuando a por la manzana de la amá |
Cuando despierto, Gaspar ya está por ahí
dando vueltas. Es temprano, pero no mucho. Tengo que llegar a la
estación de autobuses. Me despido de mis anfitriones, prometiendo
volver.
El resumen que saco de la experiencia vitoriana es que
los padres dan la vida por sus hijos, en un sentido amplio.
Sacrifican muchas cosas a las que yo no podría renunciar. Me hace
sentir más egoísta que
de costumbre, pero supongo que la resignación y los malos ratos han
de ser el precio del cariño de unos pequeños seres que han nacido
de ti. Habrán notado -me refiero a mis primos- mi impotencia ante
algunas situaciones. Les pido disculpas. Espero no haber molestado
demasiado, o incluso haber sido de algo de ayuda. Les doy las gracias
por dejarme participar en ese caos semicontrolado. Quiero conocer a
mis sobrinos. No quiero ser una sombra con barba. Los otros me ven
más. Me toman por el pito de un sereno, pero aunque tenga mis
favoritos, saben que su tío Mame les entretendrá y los escuchará,
sin demasiado paciencia, pero sí con atención.
De vuelta a
Madrid me subo en un autobús Supra+ que tiene pantalla táctil por
cada asiento. ¡Puedes elegir la peli que quieres ver! Elijo Funny
People aunque ya la he visto. Judd
Apatow nunca defrauda. Nunca comprenderé a
los que dicen que esta película es regular. Pero eso lo dicen los
que quieren partirse el ojete todo el rato, cuando lo bueno de esta
nueva comedia americana es que no es eso. Tiene más en común con
John Hughes que con
American Pie. Bueno,
eso lo digo yo que no tengo ni idea de nada.
Tras coger el metro y
hacer trasbordo llego a Avenida de la
Albufera. Bueno, antes un incidente
reseñable. Cuando entro en el metro había un grupo de perrosflauta
sentados en el suelo. Lo normal. Íbamos tan tranquilos cuando uno
se levanta con intención de hablar. Yo creía que iba a pedir o algo
y suelta la siguiente frase: ¡Al que se le ocurra ahorcar a un perro
que sepa que va a acabar muchos años en un hospital! O_O
De repente, un señor que iba sentado, barba blanca y El
País en ristre comienza: ¡No permito
amenazas!¡Estamos en un estado de derecho!¡Los jueces harán lo que
tengan que hacer! El perroflauta grita más: ¡El que ahorque o
maltrate a un perro lo va a pasar muy mal! El progre anciano sigue
con la cantinela: ¡Eso es una amenaza!¡Somos ciudadanos de
bien!¡Jamás haríamos daño a un animal! ¡Protestad contra Rajoy
y la Botella!
Entran en una conversación en un tono más bajo de la que se me
escapa casi todo. Hay más de una España, pero ninguna de ellas se
pondrá de acuerdo jamás, jajaja.
Estoy cansado, pero
enseguida se me pasa, así que decido ir a uno de los eventos que hay
en la tarde. A las monjas del musical de Sister
Act del Colegio Católico ya lo veré otra
vez. Quedé en ir a un acto que había convocado Jimina,
que se llamaba “Todos somos Rappel”.
Era un espectáculo de magia y humor de Juanjo
de la Iglesia. Era en un sitio que se llamaba
Colectivo La Latina.
¡Qué sitio, amigos! Era la progresión de lo que viene a ser las
asociaciones de vecinos tan en boga y tan reivindicativas que
surgieron como setas en la Transición a la pseudodemocracia
neoliberal de la que gozamos hoy en día. Para empezar tenía un
escaparate mezcla de tetería y tienda de souvenirs de Uzbekistan.
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¿Qué me dicen del escaparate? |
Víctor venía. Jimina
llegaba justa, como siempre. Llegó Víctor y compramos las entradas.
Unas entradas minimalistas. Un trocito de papel amarillo de poco
gramaje que ponía un número en una esquina. Llegaron Jimina y
Enrique; los amigos
que esperaba Víctor tardaban un poco más. Nos metimos. Yo creía
que iba a ser una minisala con asíentos, pero resultó ser un caos
de sillas y mesas utilizadas como sillas con niños corriendo, gente
con pintas pseudohippies y lleno hasta los topes. Intentamos hacernos
sitio entre tanta algarabía y acabamos sentado en los sillones de la
barra, en donde según Enrique daban ¿Amigo
Cola?, por aquellos de no jugarles el juego a
los capitalistas, pero los Beefeater
eran Beefeater de verdad, de los que proveen a Isabel
II de Inglaterra. El espectáculo comienza.
No es gran cosa, pero divierte, sobre todo las interacciones con el
público. Hay un descanso para hacer gasto. Víctor me presenta a
Raúl y a Jimena.
Hay algarabía de niños que quieren palomitas, padres que quieren
cubatas y gritones de toda condición. Empieza el segundo acto. Magia
y trucos con más gracia que ilusionismo y más risas. Cuando acaba
la función Jimina nos presenta a su padre, el
señor Sabadú, que no se como se llama
porque sólo dijo: este es mi padre. Para más inri cuando ya se iba
lo llamó de nuevo, e hizo -pidiéndome permiso eso sí- que le
enseñará a Niño Murga y a Ansiolina. Pues yo creía que esta era
la única que estaba zumbá,
dijo el buen señor. Somos más, repliqué yo.
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Encima de los pintxos, siempre dando la murga |
Salimos del lugar
que sabía a pub de los 80 con lo reivindicativo de los 70, no sin
antes que una de las que recogía vasos muy mal educada le diera un
empujonazo a Jimina y le dijera: Has resbalao por el suelo. Ver para
creer. Íbamos a ir a un bar, pero estaba cerrado. Optamos (optan)
por el Juana la Loca,
un sitio que según Enrique es en donde ponen los
mejores pinchos de tortilla de Madrid.
¡Y
vive Dios que es cierto! Los camareros eran unos estirados que no nos
dejaron sentarnos en una mesa que estuvo todo el rato vacía. Pero
bueno. Y charlamos y tal y cual.
Jimina, como es una fundadora generosa repartió carnets.
Jimina, como es una fundadora generosa repartió carnets.
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El Club Luchana somos todos... (aunque haya infiltrados del Club Lechuga) |
La chica recién conocida, Jimena, se
mostró muy interesada en los carnet hechos en tipografía, lo cual,
como siempre pasa, me hace hablar como un loco de mi imprenta, de la
fundación y esas cosas. Conocía a Unos tipos
duros, web que visito con frecuencia. Era un
niña muy simpática. Al final los artistas se pusieron a hablar de
sus cosas y Víctor y yo, perros viejos, repetimos tortilla y
hablamos de Hodgson.
De ahí me surgió la idea de dedicar mi próxima experiencia
shadowliner a la
trilogía de este señor que entusiasma a amantes del terror, a
amantes de la literatura o a ambos.
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Hablar de sus cosas |
Jimina se fue, que tenía que
darle de comer a los artistas.
Nos quedamos un rato más, pero al final como siempre pasa, nos
fuimos (es una obviedad, pero es así). Jimena vivía por allí
cerca, Raúl y Víctor cogían el metro en La
Latina, y yo en Tirso
de Molina. La simpática Jimena me regaló un
plano del metro plastificado, que en un principio no quise aceptar,
pero que ahora me acompaña en mi cartera.
Cruzaba la calle
¡quedaremos otro día! Decía Víctor Boglar. ¡Para hablar de
Hogdson! Respondía yo. Y así más o menos acabó el fin de
semana.
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Funny People |
He sido muy minucioso con lo de Vitoria, para intentar
transmitir los múltiples matices cambiantes del caos en una casa con
niños.
Bueno, ya mismo más en LA
CIUDAD NO ES PARA MÍ.
Muy buena tu descripción del viaje a Vitoria, muy detallada sí, pero precisamente por eso he recordado cosas que a mí me pasan con frecuencia. También tengo dos sobrinos, uno de 4 años y el otro de apenas 3 meses, los veo frecuentemente y jugamos y eso, o los entretengo como puedo, pero una tarde completa es más que suficiente para acabar con todas mis reservas de energía. Luego veo con alivio cómo se van, ellos con sus padres, y pienso aliviado... ahí lo lleváis.
ResponderEliminarPara los que no se encuentran en ese lugar, a lo mejor les parece un poco aburrida, slowhand, pero me sido tan minucioso precisamente para ver a que se enfrentan esos padres abnegados. Y lo que tú dices, ahí lo lleváis... jajaja. Es duro. Pero en FB hay personas que dicen que les compensa, y lo puedo comprender.
EliminarPero mejor ser libre...
Gracias, como siempre, por comentar.