jueves, noviembre 01, 2012

Vivir un largo invierno

(Ocurrido entre el 26 y el 28 de Octubre)


El fin de semana empezó con las noticias del frío. Noticias que a mí me llegaron por teléfono, reporte meteorológico materno. Muy fiable. Al menos pude hacer la colada del viernes sin preocuparme por la lluvia, que aterrizaría por las calles días después.

Antón Martín fue un cura y médico del s. XVI.
Fundó el Hospital de San Juan de Dios en Atocha,
de ahí su plazuela
Había quedado para comer el sábado al mediodía con José Carlos y Carmen. Me habían citado en la Plazuela de Antón Martín. Llegué temprano, como siempre. En Madrid la gente es impuntual, parece ser. Lo estoy comprobando empíricamente. Si, lo es. No me importa, la verdad, pero era un día duro para esperar en la calle. El viento hacía que la sensación térmica fuese polar. A mí, en un principio, plín. Miraba a mi alrededor y contemplaba una de las farmacias más antiguas de Madrid, y un monumento transition style a los abogados de Atoche. Conocí a José Carlos hace muchos años. Es de mi pueblo, así que creo que lo recuerdo de toda la vida. Me acuerdo aún cuando nació su hermano Fernando -más joven que nosotros- y fui a verlo con mi madre a la casa que tenían por entonces, en el Arroyuelo. Nos hicimos amigos bastante después, en 2º de B.U.P (para lectores jóvenes, si es que los hubiese el equivalente a 4º de la ESO), donde los caracteres y gustos hicieron que tuviéramos muchas cosas en común. Es de los pocos amigos del instituto con el que he ido manteniendo un contacto irregular, pero certero, a lo largo de las décadas. Cómo la vida da muchas vueltas, él acabó en Madrid hace muchos años, y yo me encuentro ahora aquí, así que si antes cuando venía de visita nos veíamos, pues ahora con más razón.
Pedimos hora para comer en un restaurante gallego que se llama Maceiras. Para esperar, pues había cola, fuimos a tomarnos un piscolabis a un bar cercano. El sitio era un poco pijeras... no me acuerdo del nombre era como de un santo o algo así. Como buen paciente me tomé la Torasemida por la mañana, lo cual hace que me den ganas de mear cada dos por tres. Bajé por unos oscuros escalones y me encontré con algo parecido a unas criptas de tonel de amontillado... ¡qué no tenían luz propia! Tan sólo unos focos como de arreglar coches. El olor era cósmico. Tras tan traumática situación, salimos por patas de allí, pues al parecer la cerveza era también para echársela a los cochinos. De mala que estaba. Mi Fanta al ser un sabor standard estaba bueno.
El restaurante gallego bien, comí cosas que hacía eones que no probaba -mejillones, por ejemplo-, y en general bien, aparte del mal genio de una pequeña camarera con una camiseta de Nunca mais, que daba color al almuerzo. De repente apagaron las luces, y empezó a sonar por una megafonía cascadilla y distorsionada una invocación en gallego a las meigas. La camarera diminuta empezó a hacer queimada a las 5 de la tarde. ¡Qué cosa más rara, vive Dios! Parece ser que antes lo hacían a la hora de las brujas, a las doce de la noche, pero ahora todo es más turístico. Eso sí. Coca Cola no tenían. Parece ser que es tradición de la casa. Creo que Carmen y Carlos querían ir al cine, pero con el frío que estaba haciendo se ofrecieron (les dije con ojos de carrnero degollado) que me llevaran al Decathlon. No quería arruinar su tarde de cine, pero me quedaban luchas inclementes contra el tiempo, camino de mi máster, así que allí nos dirigimos. En Madrid todo está a tomar por saco, sobre todo las cosas locas que construyen en grandes polígonos industriales. Menos mal que había coche. Tras mucho buscar, encontré una 4XL que me convenció en seguida por su calidez, tamaño y precio. Me ofrecieron gentilmente irme a la sierra a pasar la noche, pero yo había quedado para la mañana del domingo con Lía. Otro día será. Me dejaron en casa, y salí a probar mi nueva zamarra comprado en la sección de Caza. ¡Funciona!¡Eureka!

¡Qué no me llaméis maestro, que me llamo Jesús!
12+1 Una comedia metafísica
Al final el domingo llegó, sin paseo por el mercado de nosedondequeíbamosair por cosas que tenía que hacer la Lía, y conmigo estudiando el módulo de fotografía en el piso. Mirar apuntes es agotador, una mierda. Odio los exámenes, ¿lo sabían? Pue eso. Estaba tristón, llevaba así varios días... pero como en mi vorágine de fin de semana habíamos quedado en la Sala Berlanga para ver una peli de esas luchaneras, pues allí que me presenté. No sabía quién iba. Todo era muy de incertidumbre en los mensajes privees del FB. Pero bueno, consultando en la web del metro de Madrid, Niño Murga, Ansiolina y yo nos presentamos allí, tras un trasbordo en Sol, que estaba lleno de gente con ganas de juerga, y un agradable paseo de Moncloa a dicho cine, donde pasé por la Calle de Don Hilarión Eslava, famoso autor de los antiguos métodos de solfeo con los que estudiaron nuestros padres y abuelos.

Castañita, Ansiolina -que sí entendió la película-
y los absolutamente diferentes
Niño Murga y B.b. Raro
.
Sólo nos encontramos con Jimina y con su amiga Beatriz como personas humanas, y con B.b. Raro y con Castañita como los simpáticos muñequines venidos de Remundo. Más que de sobras para pasar un buen rato de cine. Vimos una comedia metafísica que se llamaba 12+1. Iba de como los discípulos seguían a Jesús por el desierto y de las industrias que les pasan. A mí me gustó, la verdad. Era un despropósito, pero que tenía su gracia. Y los actores muy bien, creo yo. La peli acabó y decidimos tomarnos unos refrescos en cualquier café. Encontramos uno que se llamaba Café Tambor, y he de decir que espero repetir en ese sitio tan chulo. Ambiente decadente, jazz antiguo de fondo, y camareros simpáticos y clásicos. Hubo grata conversación y compañía. Beatriz, a la que no conocía, resultó ser un encanto de chica, pero se tuvo que ir. Jimina y yo nos quedamos un rato más acabando las tónicas, la cocacola nueva que eme pedí y los cacahuetes. Me dijo mi amiga Tona una vez que ver a la gente cuando está en una época no demasiado buena te hace conocerla mejor. Este fue uno de esas situaciones. Hablamos de cosas que no vienen al caso aquí, y me di cuenta que el Luchana, ese mágico club de murga y alegría, está formado por personas muy afines a mí, empezando por Jimina, detonante, creo, de todo esto. Las personas que conocemos por internet pasan por una criba no escrita, metalingüistica, no muy consciente, de búsqueda de afinidades, incluso de longitudes de onda cerebrales. Aún estando tristes, siempre queda tiempo para la risa. Eso es una lección que aprendí hace mucho, y que espero seguir aplicando. Era hora de irse. La simpar Sabadú pagó. Cuando salimos del Café Tambor -que supongo le gustará mucho a Tinín- hacía frío, Jimina, vestida de lolita mañanera, me acompañó un rato hasta el metro, cogió un taxi y nos despedimos. Espero que habrá próximas veladas en la Sala Berlanga. Espero no tener que ver esa tristeza en sus ojos.

Jimina y Mameluco en el Café Bar Tambor, contándose sus cosas. Bueno, aquí más bien posan.

Ahora estoy en Castro, de puente.
Pero habrá más, aquí en LA CIUDAD NO ES PARA MÍ.

2 comentarios:

  1. ¡Cuánta razón tiene la buena de Tona! Por cierto, ahora que ya está equipado para el frío capitalino, me quedo más tranquila jajja. Besos, Mame.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya me he venido al popolo a coger más prendas de abrigo, entre ellas una manta.
      Un abrazo, Farrah, gracias por comentar.

      Eliminar

Ponga lo que ponga, Mameluco agradecío